Querido Dios, hoy mi corazón se desborda de gratitud al poder decirte un “sí” definitivo, un “sí” que nace y se sostiene en la fuerza de tu amor. Mi vida, en este momento, se convierte en una pequeña ofrenda, un camino que tú has trazado desde el principio, y que hoy se confirma para siempre en tu abrazo.
Te doy gracias, Señor, por cada paso recorrido, por los hilos invisibles que han tejido mi historia. Hoy empiezo agradeciéndote por el don de la vida. Te agradezco por mi familia: mi mamá, mi abuela, mi hermano y mi hermana, mis tíos, primas y todos aquellos que me han apoyado en mi crecimiento. Gracias por brindarme siempre lo mejor, proporcionándome los medios para salir adelante y dándome la libertad y el apoyo para volar tras mis sueños y vocación. Por cada uno de ellos, gracias.
Te doy gracias, Señor, por mi Congregación, Hijas del Patrocinio de María. Agradezco que ha sido mi hogar, mi lugar de crecimiento, de consuelo y de formación para la misión. Gracias por nuestros fundadores, el P. Cosme Muñoz y el P. Luis Pérez Ponce, y por todas las hermanas que nos han precedido, dejando huellas imborrables de fe, caridad y servicio. En nuestra Congregación he aprendido a vivir mi vocación con entrega y amor, confiando siempre en tu amor y en el amparo de nuestra Madre, la Virgen del Patrocinio.
Gracias, Señor, por tantos rostros, acontecimientos, momentos y vivencias que me han acompañado en el camino y llenado el corazón. Gracias porque, aun en la distancia, han estado allí, por los niños, los profesores y los amigos de Manizales, Baena, Madrid, Petare y Cájar.
Gracias por las hermanas que me han acompañado como maestras desde que comencé mi seguimiento vocacional con la Congregación: Juani, Francisca, Maribel y Petra. Cada una de ellas ha sido un instrumento de tu gracia, haciéndome ver la luz cuando el camino se oscurecía y recordándome siempre que tu amor es el faro que guía.
Gracias por todas mis hermanas Hijas del Patrocinio de María. Gracias por sus ejemplos de vida, por su fidelidad y por enseñarme que caminar juntas en la fe es una bendición inigualable. Agradezco cada sonrisa compartida, cada momento de oración en comunidad y cada gesto de servicio que nos une.
Gracias, Señor, por mi comunidad, donde he sentido tu presencia viva en la sencillez de la fraternidad y en el apoyo mutuo. Cada hermana, con su entrega silenciosa, su sonrisa y su vida llena de sabiduría, me ha mostrado el verdadero significado de la fidelidad y la entrega a Ti. Sus pasos, aunque ya no tan firmes, recorridos con amor y sacrificio, son para mí un faro de luz en este camino de consagración. Gracias por unirnos bajo tu amor.
Gracias, Señor, por nuestra Madre, la Virgen María. Gracias porque durante mi vida la he sentido apoyándome, guiándome con su mano, como a la niña de la estampa, desde el cariño, el amor y la paciencia de una madre.
Gracias por mis amigas y amigos, aquellos que has puesto en mi vida para enriquecerme con su cariño, sus palabras de aliento y su cercanía. También los pongo en tus manos. Ellos han sido para mí tu rostro y tus manos, y los llevo en mi corazón con gratitud infinita.
Hoy, con nostalgia, miro hacia atrás y veo cuánto me has amado. Pero también miro hacia adelante, con fe y esperanza, porque sé que seguirás sosteniéndome cada día de mi vida consagrada dentro de esta querida Congregación de las Hijas del Patrocinio de María. Bajo su amparo maternal, quiero seguir entregándome por completo, buscando ser signo de tu amor en el mundo.
Mariposas… ese sustantivo es acción de gracias para mí, es una invitación a no temer las caídas y dificultades en la vida, sino a verlas como oportunidades de crecer y aprender. Las alas son un símbolo de la libertad interior que todos poseemos, pero que solo se despliega cuando aprendemos a confiar, a volar hacia lo alto con fe y a superar los miedos que nos atan a la tierra.
La mariposas me recuerdan que, como consagrada, mi vida es un vuelo hacia Dios, y aunque a veces pueda sentirme débil o caída, Él me da las fuerzas para alzarme nuevamente, guiada siempre por la certeza de su amor. Las alas no se fortalecen en la comodidad, sino en la prueba. Es en esos momentos donde la fe y la entrega a mi vocación me invitan a seguir volando alto, confiando en que Dios es mi viento, mi impulso y mi destino.
Gracias, Señor, porque me has dado la gracia de entregarme a ti para siempre. Mi “sí” de hoy es un eco del tuyo, de aquel amor que se entregó primero y que nunca se cansa de llamar, de amar, de esperar. Amén.
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