Por todos los adioses que nos tocan. Por todas las historias truncadas –o consumadas-. Por las memorias que nadie nos puede arrebatar. Por las lágrimas vertidas al final de caminos cumplidos. Por todos aquellos que ya no están, o siguen de otro modo. ¿Quién no ha de despedirse alguna vez? En silencio o con palabras, toca dejar marchar, desde esta fe abierta a la esperanza de un reencuentro. La muerte, si, es la certeza más compartida. Todos pasaremos por ella. Más aún, por ella pasarán aquellos a quienes amamos. Y, si nos anteceden en ese paso último, dejarán, en nosotros, preguntas, memoria, gratitud, nostalgia, llanto… Despedirse es parte del camino.
Desde la fe, nuestro adiós es solo un hasta que volvamos a vernos. Pero eso no lo hace más fácil.
José María Olaizola

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