He escuchado muchas veces, en clases de religión y en algunas asignaturas de la facultad, la explicación del pecado original; internamente  he visto en Adán y Eva una clara actitud de escurrir el bulto, de soltar sus culpas, de lavarse las manos,…, todo abrazado por la justificación. Y hoy, en un ratito de reflexión, pienso en las veces que alguien me  ha reclamado algo o me ha preguntado porque he actuado de determinada manera… y siempre lo más fácil y casi espontáneo  que me ha salido es la reacción de decir: “porque me lo han dicho”, “porque antes lo ha hecho tal persona”, “porque yo no quería, pero…”  y es que, en el mundo afectivo somos tan limitados que necesitamos de la aceptación de los demás.

Y esta mañana en una situación anecdótica, que casi no tiene importancia, he podido conectar con esto y me he cuestionado cuántas veces soy yo la que actúa como Eva y Adán…

Al final, en este relato la única que se salva, es la culebra y no por buena, sino porque no encuentra a quien echarle la culpa.

En este texto de los orígenes reflexiono también en la actitud de Dios. El pregunta y se para a escuchar, no recrimina,  y aunque todos se escudan en la culpa del otro escurriendo el bulto, Él no cambia la visión que tenía de ellos. Dios  no cambia en nada, no se decepciona de nosotros, no nos pide  que seamos de otra forma.

A veces nos justificamos y echamos balones fuera cuando, para nuestro interlocutor, lo  más importante es la franqueza de nuestras palabras. Todos deseamos perdonar y gracias al don de Dios, que es su Amor, incluso con el tiempo, eso que quizás hicimos mal termina olvidándose.

Aunque siendo sincera, lo que sí creo que  llevamos con nosotros es esa resistencia a decir que el otro tuvo razón a aceptar nuestras decisiones y sus consecuencias. Es por esto que cada día hemos de ponernos en las manos de Dios para sentirnos aceptadas y amadas tal como somos y así no escurrir la responsabilidades.