Tanto la figura de María y de Jesús, están relacionada con la niña, creándose una corriente de cercanía, protección y cariño entre los tres. María, con el gesto de su mano sobre la cabeza de la niña, la conduce al encuentro de su hijo. Jesús dirige su mirada hacia ella, la bendice y le ofrece un pequeño obsequio en un ramito de flores, símbolo de los favores que por medio de María recibimos todos los cristianos que nos encomendamos a su protección. 
Compartir un regalo, dar de nosotros y darnos nosotros con lo que damos, siempre se convierte en bendición. En el caso de la imagen de la Virgen del Patrocinio, el niño desde su ternura y fragilidad ofrece un regalo, un detalle que hace que ambos puedan aproximarse, que ayuda a hacer entre ellos un campo magnético de gracia. En ese pequeño gesto, estamos también nosotros. Ese ramito es para ti, para él, para ella y por supuesto, aunque me sienta indigna, para mí.  

El hijo se la da, la niña recibe y la Madre solo puede mirar complacida. Es ese su mejor regalo para nosotros: una Madre. Una Madre que acoge, protege, guarda y custodia a cada hijo, señalándonos el camino para encontrarnos con el Padre, para parecernos a Él. Hermosa tarea de los hijos, parecerse a sus progenitores y a su hermano mayor.