Aunque poco a poco vuelve la normalidad, las cosas siguen siendo muy raras.
Cuando sales a la calle, te descubres mirando a todos a tu alrededor con insistencia, tratando de encontrar una cara conocida a quien poder saludar, porque ser cercana con una sonrisa es complicado con la mascarilla puesta.
Si antes, cuando saludabas, te sentías extraña porque no había la costumbre de contestarte, ahora la sensación es mucho más extraña porque da miedo hasta contestar.
Hoy me desperté con la frase que he usado como título para esta reflexión, así que lo que primero que hice fue buscar por internet el significado de estas dos palabras.
Una tiene que ver con estar entre almíbar y otra con el encerramiento y falta de libertad. Decidí quedarme con la primera, por considerarla vital en este tiempo en el que tanto nos está costando mantener el humor, las ganas de hacer cosas, la serenidad interior y exterior, la paciencia. En este tiempo donde avinagrarse resulta tan fácil y tan espontáneo…
Y nace en mí el deseo, aunque limitado y falto de convertirlo en realidad, de ser en estos momentos ese almíbar, de encontrar aquello que me ayude a estar más serena, más cercana, más apetecible para mis hermanos… Por eso me pregunto qué será aquello que más me ayuda a mantenerme entera, a hacerme atrayente a los ojos de los demás. Y también reflexiono en cuál es la intención de fondo de todo esto: ¿mayor reconocimiento?¿más cariño de la gente? ¿agradar más?…
Ligeramente vislumbro que no van por ahí los tiros, sino que nacen de la necesidad de aportar a ese lugar donde estoy, un poquito de serenidad y alegría. Un poquito de ese ser de Dios, tan apetecible, tan dulce, tan humano y tan fraterno. De aportar sus modos…
Así que decido, pues creo que es una decisión, que hoy, al menos hoy, no me sentiré confinada, sino confitada.