“Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujos de sangre
desde hacía doce años se acercó por detrás y le tocó la esquina de su manto”. Lc 8,43-44

“Su fama se difundía, de suerte que una gran multitud acudía a escucharlo y a sanarse de
sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares solitarios a orar”. Lc 5,15-16

El trabajo o el estudio, lo más cotidiano de mi vida. A veces me aburre, otras no consigo que me motive… incluso hay épocas en que se hace monótono y aburrido. Pero ahí está, es lo que da ritmo a mis días, lo que hace que me levante cada mañana.
Siento tu llamada a hacerlo fecundo, a no desesperar, a esforzarme, a no tirar la toalla… porque ahí estás tú, esperándome invitándome a mirar al horizonte, a no quedarme en los pequeños problemas o desánimos del día a día.

¿Hacia dónde quiero que apunte el horizonte de mi vida?

Gente, gente,… siempre rodeado de gente. Familia, amigos, compañeros de trabajo, conocidos… A veces me abordan en los momentos más inesperados, cuando voy con prisa y no tengo tiempo… incluso llego a pensar que son un incordio. Pero solo lo pienso, no lo creo; porque en el fondo son los que dan color a mi vida. Son ellos los que se preocupan de mi cansancio y se alegran con mis éxitos. Son ellos los que muchas veces me hablan de ti, de tu amor, de tu misericordia, de tu preocupación por aquellos que pueden estar más necesitados de una palabra acogedora.

¿Quiénes son los rostros de mi vida?

Ahí está una vez más tu invitación a buscar mis pequeños oasis en el día a día de mi vida, momentos donde todo se hace silencio… donde el barullo y las preocupaciones no desaparecen del todo, pero atenúan su voz. Es el momento para
acercarme a ti de manera más directa e íntima; sin intermediarios. Son los momentos para hablarte cara a cara de lo que ocupa mi corazón, hablarte de mis sueños y deseos… tiempo también para escucharte y para dejar que me hables tú también de sueños y deseos, los tuyos.

¿Qué ocupa en estos momentos mi
corazón?